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El destino a veces tiene sorpresas de lo más inesperadas. La llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos ha puesto en la diana a la inmigracióncomo uno de los problemas prioritarios de la administración de Washington. Paralelamente, en un giro de los acontecimientos muy difícil de prever, las lenguas mayas se están abriendo paso y extendiéndose… en Estados Unidos.
Del Altiplano a Oakland. Lo contaba en un extenso reportaje la BBC la semana pasada. Aroldo, un joven originario de San Juan Atitán, Guatemala, emprendió un viaje de más de cuatro meses para llegar a California tras la muerte de su padre, llevando consigo poco más que su lengua materna: el Mam. Este idioma, con raíces en la civilización maya que floreció miles de años atrás, es hoy uno de los muchos que están encontrando un nuevo hogar en Estados Unidos a través de la migración indígena desde México y Centroamérica.
Sí, lejos de desaparecer, las lenguas mayas como el Mam y el K’iche’ han ganado fuerza al otro lado de la frontera: no solo se escuchan en calles, radios y medios locales de lugares como la Bahía de San Francisco, sino que se han convertido en algunas de las lenguas más comunes en los tribunales migratorios de Estados Unidos.
Comunidad invisibilizada. La historia tiene muchísimas lecturas. Una de ellas: el auge de estas lenguas pone de manifiesto una complejidad cultural que ha sido ignorada durante décadas. El sistema migratorio estadounidense clasifica como “hispanos” a todos los inmigrantes de países de habla hispana, pasando por alto que muchos (como Aroldo y miles más) no tienen el español como lengua materna, e incluso algunos simplemente no lo hablan.
Esta clasificación borra las diferencias sociales, culturales y lingüísticas que existen dentro de las comunidades migrantes latinoamericanas y, muy importante, complica la provisión de servicios básicos. A este respecto, la BBC contaba que investigadores como la lingüista Tessa Scott, especializada en lengua Mam en la Universidad de California, Berkeley, denuncian que agrupar a todos los guatemaltecos bajo la etiqueta de “hispanos” genera errores de interpretación, falta de intérpretes adecuados, dificultades legales y desprotección ante traumas o discriminación estructural, muchas veces origen del propio éxodo.
De lenguas ancestrales a derechos de hoy. Hay mucho más, ya que la expansión de las lenguas mayas no solo es consecuencia del desplazamiento físico, sino también de la resiliencia cultural. En la actualidad, se calcula que más de seis millones de personas hablan alguna de las más de treinta lenguas mayas existentes, con Mam, K’iche’, Yucateco y Q’eqchi’ como las más habladas.
Estas lenguas, que provienen del proto-maya hablado antes del año 2000 a.C., son tan diferentes entre sí que un hablante de Mam no puede entender el K’iche’, y viceversa. Muchas sobrevivieron a siglos de colonización, al exterminio de los jeroglíficos durante la evangelización española y al olvido institucional posterior. Sin embargo, su vitalidad (y uso) continúa gracias a la oralidad y al uso del alfabeto latino, impuesto en tiempos coloniales, que permitió mantenerlas vivas en registros civiles, testamentos y actos comunitarios aún conservados en archivos.
La herencia maya. Contaba en su reportaje el medio británico que algunas de estas lenguas han dejado huella en idiomas globales sin que muchos lo sepan. El término “cigarro”, por ejemplo, deriva del maya siyar, y “cacao” (base del chocolate) también tiene origen maya, siendo introducido en Europa por fray Bartolomé de las Casas.
Aunque la escritura jeroglífica fue erradicada por considerarse pagana, su redescubrimiento moderno, impulsado desde la segunda mitad del siglo XX por lingüistas estadounidenses, rusos y más recientemente por hablantes nativos, ha permitido recuperar su complejidad y belleza. Hoy, colectivos como Ch’okwojo Chíikulal Úuchben Ts’íib organizan talleres, fabrican camisetas e imprimen tazas con glifos antiguos para acercar a las nuevas generaciones a su legado escrito.
Una diáspora creciente. Es otra de las patas que reflejan esta expansión de la lengua. La migración maya hacia Estados Unidos ha dejado una huella tanto en los países de origen como en las comunidades receptoras. En lugares como San Juan Atitán, el modelo económico ha pasado de la agricultura de subsistencia a la dependencia de remesas (envío de dinero del extranjero). “Migrar es lo que sostiene nuestro pueblo”, afirmaba a la BBC Silvia Lucrecia Carrillo Godínez, maestra de Mam.
La migración no solo ha transformado su economía, sino también sus aspiraciones: aprender a sumar, restar, hablar algo de español y partir hacia Estados Unidos se ha vuelto una estrategia común de movilidad social.
Transformando ciudades. En la Bahía de San Francisco, las comunidades mayas inicialmente se asentaron en el Mission District, pero al aumentar los costes de vida, muchos se desplazaron al East Bay, especialmente a Oakland y Richmond. De hecho, tanto es así que contaban que en San Juan basta con decir “vengo de Oakland” para que los habitantes entiendan el contexto migratorio.
Allí, en medio de las nieblas californianas, Aroldo y otras tantos como él han encontrado una comunidad unida por el idioma y las tradiciones. Participan en festividades, reciben mensajes en Mam por WhatsApp y sueñan con volver algún día a construir una casa en su tierra natal.
La lengua como refugio. Si se quiere también, en un mundo donde las migraciones muchas veces implican pérdida, la persistencia de las lenguas mayas representa una forma de resistencia cultural. En el caso expuesto en la BBC a través de Aroldo, el Mam no es solo un medio de comunicación: es un vínculo con la infancia, la familia y la historia. En la casa donde vive con sus primos, insiste en que su sobrino (que ya va a una escuela de habla inglesa) hable en primer lugar Mam, luego español, y finalmente inglés.
Como él mismo indica, “el idioma hace que se extrañe menos la tierra”. Así, lejos de ser un vestigio del pasado, el Mam de los mayas viaja con él como brújula y testimonio de una civilización viva que se reinventa de forma inédita y sorprendente: en los Estados Unidos de ahora.